El energúmeno de la mochila
Los energúmenos están por todos lados. Se los puede ver por las calles, en los supermercados, en las oficinas y en definitiva en todo lugar en donde haya gente. Hay un tipo de energúmeno que puede parecer inofensivo a simple vista, pero que en cuanto ingresa a un transporte público hace la vida imposible a todos los que comparten su proximidad: es el energúmeno de la mochila.
Situación de ejemplo: Buenos Aires, día hábil por la mañana, subte en dirección al centro. El vagón está completo, los ocupantes apenas se pueden mover. Para en una estación, se abre la puerta y tratan de ingresar los que estaban esperando en el andén. Entre ellos está uno de estos energúmenos. Entra con la mochila/valija colgada en la espalda o al hombro sin bajarla. Reparte mochilazos a diestra y siniestra. No importa que no exista lugar para un alfiler, siempre habrá un lugar para su mochila. Los demás tienen que hacer peripecias para evitar que en cada frenada o arranque la mochila en cuestión no les vuele la cabeza. No importan las miradas de odio de los pasajeros, el creerá siempre que los otros son unos tontos por no llevar la mochila colgada, con lo cómodo que es. Y si alguien en un intento por bajar toca sin querer su valija, ¡cuidado!, porque se llevará un gesto de fastidio del propietario.
Nos queda un consuelo: son presa fácil de los pungas. Quizás después de que los roben comprendan que tienen que bajar la mochila al piso. Con suerte habrá un energúmeno menos y todos podremos viajar un poquito mejor.
Para la próxima edición: el energúmeno de la puerta, otro personaje odioso que nos complica la vida en la ya difícil Buenos Aires.
Situación de ejemplo: Buenos Aires, día hábil por la mañana, subte en dirección al centro. El vagón está completo, los ocupantes apenas se pueden mover. Para en una estación, se abre la puerta y tratan de ingresar los que estaban esperando en el andén. Entre ellos está uno de estos energúmenos. Entra con la mochila/valija colgada en la espalda o al hombro sin bajarla. Reparte mochilazos a diestra y siniestra. No importa que no exista lugar para un alfiler, siempre habrá un lugar para su mochila. Los demás tienen que hacer peripecias para evitar que en cada frenada o arranque la mochila en cuestión no les vuele la cabeza. No importan las miradas de odio de los pasajeros, el creerá siempre que los otros son unos tontos por no llevar la mochila colgada, con lo cómodo que es. Y si alguien en un intento por bajar toca sin querer su valija, ¡cuidado!, porque se llevará un gesto de fastidio del propietario.
Nos queda un consuelo: son presa fácil de los pungas. Quizás después de que los roben comprendan que tienen que bajar la mochila al piso. Con suerte habrá un energúmeno menos y todos podremos viajar un poquito mejor.
Para la próxima edición: el energúmeno de la puerta, otro personaje odioso que nos complica la vida en la ya difícil Buenos Aires.